
La Comuna
José Ángel Solorio Martínez
Se fueron los dos, de un solo golpe. Ambos nos dejaron con una sensación de orfandad que, por el dolor, parece doble. Víctor Contreras Piña y el Coyote nos abandonaron sin más ni más; ni siquiera tuve tiempo de despedirlos en vida con ese gusto y algarabía que mutuamente nos provocaba el encontrarnos.
La congoja de Pedro Alfonso me alcanzó la mañana de hoy. Por sus letras me enteré de su partida.
El Coyote y Víctor dejan desamparados a su familia y a sus amigos; a nosotros, parte de su generación, nos faltarán siempre porque dejan un hueco difícil de llenar, por lo mucho que representaron para todos.
El gran consuelo para sus familiares es su múltiple legado —en el oficio de escribir, en la docencia y como amigos—: difícilmente se olvidará. El recuerdo suyo permanecerá en los estudiantes que formó en sus tiempos de maestro universitario en la UAT, en las decenas de periodistas que echó a la calle con formidables herramientas para ejercer su oficio y profesión.
Para sus cuates y lectores, bastará releer sus artículos y entrevistas periodísticas del pasado para traerlos a nuestras vidas del presente. Escribir es una forma de inmortalidad.
Por una razón: las letras jamás desaparecen; las que no quedan en la memoria del hombre, quedan impresas en el papel que, como quieran verse, son para la eternidad.
Víctor y el Coyote escribieron con su pluma textos memorables que por muchos años vivirán en el imaginario colectivo de sus lectores y quedarán como fuentes obligadas cuando alguien decida escribir la historia del periodismo tamaulipeco o la historia política del estado, o la de sus políticos, que tan bien describieron en sus entregas.
Y cómo no: el Coyote y Víctor son personajes históricos del periodismo regional.
El Coyote redactaba con desparpajo, ironía, sarcasmo y saña; Víctor escribía con los instrumentos que la academia le proveyó: pulcra redacción, claridad conceptual y frases sorprendentes.
Ambos revolucionaron el periodismo.
A El Gráfico, llevado por sus manos, le imprimieron un notable liderazgo, convirtiéndolo en una de las mejores épocas en cuanto a calidad y profesionalismo. El Expreso, donde estuve un tiempo aprendiendo al lado de ellos, en sólo unos meses lo perfilaron como la empresa líder del ramo en la capital y una de las publicaciones de mayor relevancia en el estado.
Los dos ya no están aquí.
A sus amigos, su partida nos entristece y nos lastima.
Para paliar esos amargos sentimientos, los recordaré felices, tocando su guitarra y sonriendo en el Cerro Bola.






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